Tienes nostalgia,- le dijo- nostalgia de cuando estábamos vivos
Manuel Jabois
La correspondencia con el diablo ya no es lo que era. O al menos eso pensaba él en aquella tarde medio lluviosa. El centro estaba abarrotado de turistas deseosos de una de esas típicas fotos que ya habían visto muchas otras veces. Una especie de fuerza interna les atraía a repetir los pasos de sus predecesores comerciales. Esto a él le daban ganas de vomitar, pero no dejaba de ver en ello un cierto encanto poético, algo reseñable frente a tanta decadencia. Los actores no hacen el escenario, se repetía una y otra vez. No dejaba de preguntarse si la belleza del lugar se sentiría molesta ante tal despropósito, o si se sentiría feliz de poder mostrarse ante el Gran Público.
Guardó la guitarra en su funda y recogió las pequeñas monedas que le habían dejado los que habían disfrutado de algo de su música en aquella pintoresca estampa. Él también formaba parte de todo el tinglado que tanto aborrecía. Se acercó con decisión a la barandilla de mármol que daba a la plaza. Apoyó la guitarra y sustrajo del bolsillo interior de su chaquetón un cigarro que encendió con esa parsimonia que le caracterizaba. Tomó su primera calada y se quedó observando cómo el día iba recogiendo sus bártulos también. En la plaza, los pintores recogían sus caballetes y los vendedores desmontaban sus puestos. Los finales son sobrecogedores diariamente, aquí en el epicentro del universo, pensó.
A paso lento se dirigió al Café Terciopelo, lugar habitual en el que sus amigos solían verse semanalmente para ponerse al día y meditar alguna que otra solución para el mundo (dependiendo de la hora). En esa época del año comenzaba a hacer frío y por el camino se vio obligado a levantar el cuello de su chaquetón. Ya en la puerta del Café todavía le quedaba medio cigarro así que apoyó la guitarra en el cristal de la puerta. A través de él pudo ver cómo Marcos, Álvaro y Lucía ya estaban instalándose en la mesa habitual. Dos manos le taparon de pronto los ojos. Eran manos femeninas y olían a una mezcla de perfume y cajetilla de tabaco. Él sonrió y disfrutó del tacto de esas manos en su piel mientras escuchó cómo ella susurraba a su oído:
– Adivina.
Él quitó sus manos y todavía con los ojos cerrados dijo: Elena. Se dio la vuelta para darle un abrazo y no pudo evitar la sorpresa que se apoderó de su rostro al ver a Elena acompañada por un hombre. Él era Luis, su novio desde años atrás.
– Iván, ¿qué tal estás? – dijo Luis estrechándole la mano.
– Bien, bien. Un poco como siempre, ¿qué tal? – dijo él mientras intentaba ocultar su nerviosismo – ¿qué tal vosotros?
– Oh, genial. ¡Tenía muchas ganas de verte! – respondió Elena mientras acariciaba la barba a Iván.
– Yo también, yo también. Ha sido una semana durilla. Pero al fin estamos aquí de nuevo- mientras lo decía no pudo evitar que los recuerdos de la noche de la semana anterior se apoderasen de su cuerpo.
– ¿Entramos? – sugirió gentilmente Luis mientras abría la puerta ofreciendo el paso.
– Sí, vamos a ver a los chicos- dijo Elena mientras daba un pequeño salto al interior del local. Ella era siempre tan activa.
– ¿Iván?
– Oh, sí. Perdón- dijo Iván mientras tiraba la colilla de su cigarro y se colgaba la guitarra de nuevo a la espalda.
Después de todos los saludos y muestras de afecto de rigor, Iván se dirigió a la barra.
– Un whisky con hielo, por favor- dijo mientras el camarero ya había empezado a servirlo, demasiadas noches en ese local le traicionaban.
– ¿Qué tal está mi Dylan favorito? – preguntó Álvaro mientras le daba unas afectuosas palmadas en la espalda.
– No blasfemes, querido amigo- respondió Iván mientras se fundían en un sonoro abrazo.- Todo bien, más o menos. ¿Tú qué tal? ¿Cómo va tu libro?
– Bueno, ahí va. Cada día me levanto y pienso en darle un toque diferente. Así que por ahora no estoy más que escribiendo una valiente mierda- rió Álvaro.- ¿Qué tal va esa canción de la que me hablaste?
– Está terminada, hace unos días por fin lo conseguí. Por otra parte no sé si seré capaz de cantarla algún día.
– Ya…- respondió Álvaro mientras alzaba su copa para un pequeño brindis.- Es duro verlo así.
Cogieron sus copas y se dirigieron a la mesa. Iván cogió una de las sillas libres de la mesa contigua y se colocó presidiendo la mesa. Junto a él se situaba Elena con Luis. Frente a ellos el resto de amigos formaban un perfecto círculo en aquella apartada mesa del Café.
El pelo rubio de Elena le caía de una manera especial aquella tarde y en aquel preciso lugar del local, en el que la luz le impactaba pero no de una manera total. Sus piernas se entrecruzaban con delicadeza por debajo de la mesa. Iván no era capaz de pensar en otra cosa, no era capaz de admirar ninguna otra sutileza en el mundo. Desdichado papel que me ha tocado desempeñar en este Acto, pensó.
– ¿Qué tal, Iván? – cuestionó Lucía.- ¿Cómo ha ido hoy?
– Bien, ya sabes. No creo que nadie realmente se percate mucho de lo que hago, soy más bien como una especie de banda sonora de su turismo decadente.
– ¿Y te gusta formar parte de eso?
– En cierta medida así es. Me siento cómodo sabiendo que me fundo con el ambiente, al menos espero fundirme con la belleza del ambiente. Hoy ha sido diferente, de todas maneras.
– ¿Por qué?- preguntó Elena con sincero interés.
– Hubo dos chavales a los que sí que creo que les gustó lo que hacía. Uno de ellos me compró mi disco y el otro me dio todo el dinero que llevaba encima. Ninguna de las dos cosas es demasiado, pero me impresionó más lo que vino después- hizo una pausa mientras sorbía su copa. – La plaza estaba absolutamente abarrotada, ya sabéis. Estaba llena de gente con prisas, gente yendo de un lado para otro, vagando. Y ellos cogieron y se sentaron en el suelo a mi lado. Escucharon unas cuantas canciones y se fumaron unos cigarrillos, y eso que en ciertos momentos de la tarde hacía un frío condenado. No sé, creo que conectamos de algún modo, ¿sabéis? Fue algo realmente precioso.
Se hizo el silencio. Todos estaban intentando asimilar ese recuerdo.
– Enhorabuena, de verdad. – Dijo Elena mientras le acariciaba la mano y le miraba a los ojos.
Iván apartó la mirada de su copa y se perdió en sus ojos azules con una gratitud sentida, verdadera. La palmada en el hombro de Álvaro le sacó de su pequeño letargo:
– Eres grande.
Todos asintieron y alzaron sus copas en señal de aprobación y sensibilidad ante una experiencia de tal calibre emocional.
– Tío, tienes que hacer algo con esa voz- dijo Luis interrumpiendo completamente el momento.- Conozco a algunos de los mejores productores de este país, podrían hacer maravillas con esa voz. Tío, podrías tener en esa boca la gallina de los huevos de oro. En serio, piénsatelo.
Elena se volvió a Luis con una mirada de desaprobación absoluta, el resto de los amigos se quedaron observando a Iván, esperando su reacción no sin cierto temor. Él soltó una pequeña risa irónica, dejó la copa en la mesa y se quedó pensativo durante un momento. Finalmente miró fijamente a Luis y dijo:
– «Tío», ¿no has escuchado una mierda de lo que acabo de decir, verdad.
– Por supuesto, simplemente creo que con tu voz podrías sacar una buena tajada. Aprovéchalo, de verdad.
– Déjalo, en serio. No has comprendido…no has comprendido nada.
– ¿Sabéis? Para mi libro también ha sido un gran día. He conseguido finalmente darle un buen enfoque y va todo viento en popa- dijo Álvaro interrumpiendo de lleno el silencio incómodo que se había apoderado de la mesa.
Todo el mundo se alegró por él y volvieron a brindar, era un día de celebraciones. Pidieron otra ronda y Luis interrumpió la comanda diciendo que él ya se iba, trabajaba muy pronto al día siguiente y debía estar bien concentrado. Se despidieron de él con falsas señales de afecto y él terminó la ronda besando a Elena. Esto Iván lo supuso por el sonido, nunca fue capaz de mirar.
La conversación creció en intensidad e intimidad tras la marcha de Luis. Se nota mucho cuando, en ciertas situaciones, no todos los presentes gozan de la misma confianza, acto seguido todo adquiere un toque formal absolutamente vacío. Iván estaba terminando su segundo vaso de whisky mientras jugueteaba con un cigarrillo apagado en la mano, esa noche estaba bastante abstraído de la conversación. Elena acarició su hombro y dijo:
– ¿Te apetece que fumemos?
– Por supuesto – respondió Iván con alegría.
Al salir del local él abrió la puerta y Elena pasó antes. Todo su olor se había quedado impregnado en el aire de la puerta y el viento de la calle arrastró su pelo rubio con fuerza, en un primer momento.
Encendieron sus cigarrillos e Iván no pudo evitar quedarse mirando cómo Elena aspiraba y expulsaba el humo, en ella convertido en una auténtica «esperienza extrasensoriale». Ella rió al darse cuenta:
-¿Qué? ¿Qué pasa?
– Nada, de verdad- respondió Iván dibujando una pequeña sonrisa.
– Oye mira…sé que Luis es un gilipollas. No se lo tengas en cuenta.
– No te preocupes. Bueno, ¿tú qué tal?
– Bien, no me puedo quejar. Vivo bien y tranquila, la verdad. – ¿Qué tal fue la vuelta a casa el pasado jueves?
Ella se quedó en silencio. Dio un par de caladas a su cigarrillo y, al fin, respondió.
– No me puedes decir eso, Iván. No me lo puedes preguntar.
– ¿Por qué? No pasa nada. ¿Es que te sientes mal por la preciosa noche que pasamos? Echaba de menos cenar y hablar un rato contigo. También echaba de menos tomar una copa juntos.
– No creas que yo no lo echaba de menos. Si no es ese el problema.
– ¿Y cuál es el problema entonces?
– Que voy a tener que dejar de hacer esas cosas.
– ¿Por qué?
– Porque me caso, Iván. Luis me pidió la mano a principios de semana.
Iván no podía creerlo. El humo del cigarrillo entraba por su boca pero no podía sentirlo. El viento golpeaba su cara, tampoco le provocaba ninguna sensación. Murmuró:
– ¡Qué callada quietud! ¡Qué tristeza sin fin! ¡Qué distinta Venecia si me faltas tú! Eres otra Venecia, más fría y más gris.
– No me cantes a Aznavour…por favor.
– Nos encantaba bailarlo al final de la noche, ¿recuerdas?
– Sólo queda un adiós que no puedo olvidar. Venecia sin ti, qué triste y sola esta– murmuró Elena. Sus ojos acristalados miraban fijamente al suelo una y otra vez, como buscando algo que sería imposible encontrar.
– Joder, yo estaba convencido de que lo haríamos algún día.
Entre sollozos, ella alzó la vista y preguntó:
– ¿El qué?
– Mudarnos a Venecia, vivir en algún piso pequeño con muchos libros y buenas vistas. Tomar café por la noche y vino por la mañana, fumar continuamente y hablar de revolución corporal. Escribir mientras duermes. Ducharnos juntos y vivir en un colchón.
Elena rompió a llorar con una sonrisa nostálgica. Iván tiró el cigarro y se acercó a ella. Con delicadeza cogió su barbilla y levantó su mirada.
– Danos una última noche. Creo que nos la merecemos.
Ella no podía articular palabra, así que simplemente asintió mientras se abrazaban con fuerza. Iván entró al local para dejar la guitarra a sus amigos y explicarles el porqué de su marcha. Mientras tanto, Elena perdía su mirada en el vacío de un charco de la acera, como una especie de reflejo infantil de vergüenza.
– Ya que va a ser nuestra última noche juntos, se merece que no estemos tan tristes – dijo Iván al salir del local mientras sonreía. Ella le correspondió con otra modesta sonrisa mientras se acariciaba los pómulos para quitarse los restos de lágrimas.
– Tienes razón. Dime, ¿qué quieres hacer?
– No lo tengo muy pensado, de momento pasear – respondió él mientras notaba cómo Elena se enroscaba a su brazo.
– Perfecto entonces. Nunca fue muy nuestro lo de planificar las cosas.
De noche, todo siempre parece que se está desmoronando, en cierta manera, pensó Iván. Esa noche en particular era real. Sin embargo, al mismo tiempo, todo era igual de metafórico que siempre.
Los charcos de cada esquina eran los restos vitales de una ligera lluvia vespertina. A través de ellos podían verse reflejadas todas las luces de la ciudad al mismo tiempo. Ellos se quedaron un rato mirando uno de ellos esperando a cruzar la calle. De ese modo conseguían sentirse extrañamente en calma. El agua solía tener este particular efecto en la pareja, aunque esta vez, quizás, se habría manifestado de un modo más oportuno. Deslizaban sus figuras por el agua, mezclándose con las luces reflejadas, ellos eran la ciudad en ese preciso momento de sus vidas.
El bulevar se mostraba en calma a esas horas de la noche. Ningún turista estropeaba la estampa. Un músico tocaba el acordeón lentamente, como con calma. Como si esa noche todo careciese de un sentido estricto frente al hecho de poder hacer sonar la siguiente nota.
– ¿Bailas? – cuestionó Iván mientras extendía su mano a modo de invitación.
Elena sonrió y asintió. Juntó sus cuerpos y tomo su mano. Ambos empezaron a moverse lentamente al son del acordeón. El músico callejero sonrió mientras exhalaba el humo del cigarro que parecía que tenía pegado a sus labios.
– ¿No te parece preciosa la ciudad de noche? – preguntó ella mientras apretaba su cabeza contra el pecho de Iván.
– Más que ninguna otra cosa – respondió él con solemnidad mientras olía su pelo.
– No comprendo cómo puede haber personas haciendo otras cosas en este momento.
El acordeón paró y la música se deshizo entre las aceras.
– Muchas gracias, de verdad- dijo el acordeonista mientras hacía una pequeña reverencia.
Elena sonrió mientras abrió su bolso en busca de algunas monedas. El músico frenó su mano y añadió:
– Por favor, no sea grosera. Ya me han dado más que eso – Iván sonrió mientras sacaba de su chaquetón un cigarrillo. El hombre del acordeón le ofreció su colilla para encenderlo, gesto que Iván aceptó.- ¿Sabe? Me recuerda a una novia que tuve un tiempo.
– ¡No me diga! ¿Qué es lo que le recuerda a ella? ¿Son mis ojos? ¿Mi pelo? – preguntó Elena mientras ladeaba la cabeza para enseñar bien su melena. Se mostraba muy orgullosa de él, lo que a Iván siempre le pareció muy gracioso.
– No. ¿Nunca han tenido la sensación de verse en el vacío de alguien? Digamos que me veo en sus formas, en sus maneras y en su encanto. Me veo en mi juventud, hace calor y Julia lleva un vestido de lino blanco.
– Comprendo perfectamente la sensación, amigo – respondió Iván incluyéndose en la conversación. Elena no sabía si sentirse conmovida o halagada. O las dos cosas a la vez.
– ¿Me permite una cosa? – cuestionó el músico.
– Por supuesto, diga – respondió ella.
– Tome, quédese esto – dijo él mientras enganchaba un lazo a uno de los botones del abrigo de Elena.
– ¿Es un regalo?
– Así es. Quizás se cruce con ella, quizás ella tenga la misma sensación que yo al verles a ustedes. Quizás capte mi mensaje.
– Gracias – respondió ella mientras los tres sonreían.
– Gracias a ustedes, de verdad – dijo él mientras se inclinaba para guardar su instrumento en la funda.
Los coches tampoco circulaban a esas horas por esa zona de la ciudad, así la noche se apoderaba de todos los rincones que pisaban. Andaban por el centro de la carretera y únicamente podían oír sus pisadas. Por un momento, esta melodía era el único testigo de su travesía.
– Mira, justo en esta calle conozco un cine bastante bueno. Ponen películas clásicas y las sesiones son muy tarde, podremos ver el final de alguna – intervino Iván.
– ¿Podremos pasar?
– Sí, conozco una puerta de atrás. Uno de los acomodadores es amigo mío y sabe que normalmente ando corto de dinero pero que me encanta el cine. La suele dejar abierta, podemos probar.
– Claro que sí – dijo ella mientras le miraba fijamente.
Se apresuraron, al menos el cine estaba abierto. Podía leerse en el cartel luminoso de la puerta: HOY: A BOUT DE SOUFFLE, GODARD. Elena sonrió y exclamó:
– ¡No me lo puedo creer! Me encanta esta película.
Iván sonrió y cogió su mano para guiarla a través del callejón colindante. Efectivamente, la puerta estaba abierta. Entraron y se colocaron en los asientos más cercanos a la salida, todavía quedaban diez minutos de película. La sala estaba prácticamente vacía. Había una pareja sentada un par de filas por delante y un hombre en la parte de atrás fumando.
– ¿Se puede fumar aquí dentro? – susurró Elena.
– Técnicamente este cine no debería de existir. Lo llevan dos hermanos que tienen pasión por las películas clásicas. Supuestamente el local está abandonado desde hace años. Así que sí, aquí prácticamente puedes hacer lo que quieras – respondió él mientras encendía dos cigarros y le pasaba uno.
Elena acariciaba lentamente el brazo de Iván. Esto provocó que se le pusiera la carne de gallina. Él apartó su vista de la pantalla, no podía dejar de observar ni un momento. Su belleza era todavía más estremecedora mientras fumaba a contraluz. Ella se percató y correspondió su mirada. Ambos se quedaron fumando y observándose mientras las luces del film se reproducían en sus mejillas. Así, se besaron hasta que aparecieron los créditos.
Se había levantado algo de viento y esto incrementaba la sensación de frío. Elena caminaba encogida junto a Iván mientras se abrazaba a su brazo. A él esto le recordó a la portada del Freewheelin´ de Dylan, lo que le hizo sonreír. No dejaba de pensar en una de sus estrofas:
I’m a-wonderin’ if she remembers me at all.
Many times I’ve often prayed
In the darkness of my night,
In the brightness of my day.
So if you’re travelin’ in the north country fair,
Where the winds hit heavy on the borderline,
Remember me to one who lives there.
She once was a true love of mine.
– ¿Por qué no vamos a la orilla del río? – preguntó ella interrumpiendo sus pensamientos.
– Perfecto – respondió Iván pensativo, – tengo una idea.
El río estaba relativamente cerca de su posición, pero él desvió su camino a un establecimiento de comida que parecía abierto.
– Perdone, ¿me da una botella de vino?
– Por supuesto, señor- respondió amablemente el dependiente- ¿Algo más?
– Sí…¿no tendrá una manta o algo parecido? – dijo Iván mientras se acercaba para susurrarle, – me haría un gran favor. Ahora vamos al río.
– Tengo esta manta, la utilizo para las noches en la tienda. Cójala, no se preocupe. Tengo más. No hace falta que me la pague.
– Muchas gracias, de verdad- dijo Iván mientras cogía la botella, las copas de vino y la manta y dejaba el dinero por el vino sobre el mostrador.
El sendero adoquinado que bordeaba el río también estaba desierto. El frío era más palpable pero la belleza del lugar merecía la pena. Encontraron el lugar con mejores vistas y se sentaron en el borde del cemento dejando sus piernas colgando. Iván abrió la botella de vino mientras Elena cubría las piernas de ambos con la manta. Él repartió las copas y ambos se quedaron en silencio bebiendo mientras disfrutaban las vistas. Nuevamente, las luces de la ciudad se difuminaban con facilidad en el agua. Elena se preguntaba cuánta gente habría sido capaz de observar esa escena. El viento movía su pelo y parte de él se posaba incontrolado en el rostro de Iván, que no se mostraba disconforme con la situación.
– ¿Sabes esa sensación de que estás viviendo algo y que al mismo tiempo lo echarás mucho de menos? Lo sientes, pero de la misma manera que si ya lo estuvieses recordando- intervino Elena.
Él asintió con gravedad mientras rellenaba las copas de vino y se encendía un cigarro, con el viento era complicado. Ella continuó:
– No sé si podré vivir con esto en la memoria, no sé si podré vivir sin esto.
– Tengo nostalgia de ti, Elena. Nostalgia de nosotros.
Ella soltó una lágrima que se limpió con rapidez. Se besaron de nuevo.
– Gracias por la noche del resto de mi vida- dijo Elena.
Se levantó y acarició el pelo de Iván. Él sabía que era la despedida de la despedida. Correspondió sus caricias y vio cómo se alejaba mientras daba un largo trago a su copa de vino y la rellenaba. Los finales son sobrecogedores diariamente, aquí en el epicentro del universo, pensó.
C.P. (R.A.)